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El ser humano es el único ente existente en el planeta tierra que posee cualidades referidas a la introspección. Somos seres que tenemos la capacidad única de reflexionar sobre nosotros, nuestro entorno y las implicaciones existentes entre uno y otro. Parte de esta introspección tiene que ver con el tópico de la sabiduría y la conciencia. 

Luego de la invención de la escritura, hace 4000 años aproximadamente en Mesopotamia, el conocimiento de nosotros y nuestro entorno, a lo largo del paso del tiempo se mantuvo. Ya no fuimos seres que vivíamos el día a día, sino que las experiencias de nuestros antecesores pudieron ser revisadas y de ello pudimos aprender cosas para prever acontecimientos en el futuro. No solo obtuvimos conocimiento, sino sabiduría, un conjunto de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia. El pasado nos proveyó del saber, y puesto en práctica nos dio experiencia: la sabiduría en pleno. Nos facultamos para actuar con sensatez, prudencia y acierto.

La cuestión con nosotros, los seres humanos, es que siempre vamos más allá (en la mayoría de los casos para bien). Estas relaciones que tienen una raíz histórica, implicaron un conocimiento que el ser humano tiene de su propia existencia, de sus estados y de sus actos; a eso le llamamos conciencia. La sabiduría compone una relación estrecha entre la conciencia misma. 

Un hombre sabio es un hombre consciente de sí mismo y de su entorno. Por algo Galileo afirmaba que La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo. La sabiduría no tiene sentido si no se es consciente de ella, del ser que la proyecta y sus implicaciones dentro de un entorno. Ahora bien, suele existir una identificación casi instantánea, sobre todo en la cultura popular, del tópico de la sabiduría: ser sabio es algo positivo, la sabiduría es intrínseca al bien; y fielmente podemos decir que es así. Si la sabiduría no tiene como fin último, como meta valorativa, hacer el bien, no es sabiduría, y ello gracias a esta relación estrecha que se menciona con la conciencia.

Existe un tema que por concatenación desemboca en otro: ser sabios y consientes nos convierte en seres poderosos.

Ser sabios y consientes nos otorga un poder inconmensurable. Desgraciadamente no todos están al tanto de este gran poder, no todos han cultivado estas dos grandes virtudes o no las han desarrollado a plenitud. Es el poder de cambiar el curso, el rumbo de vida de nosotros y de los demás. Las grandes y recordadas personalidades que han cambiado al mundo, figuras políticas y líderes sociales, no eran poderosos por el cargo que ostentaban, sino por el impacto que tenían sus sabias y consientes decisiones en el sitio y las personas que gobernaban y lideraban. Solo quien tiene sabiduría y conciencia plena de sus actos y su entorno puede llegar a ser un líder. Tenemos el poder de tomar las riendas de nuestras vidas y cambiarlas a tal punto que no exista un retorno. Cuando se desarrollan estas dos grandes herramientas se llega a un punto donde no se es el mismo. La sabiduría y la conciencia no se suprimen con el paso del tiempo, no se olvidan, luego de lograr llegar a ellas, se es otro, otro que se conoce a sí mismo, a los demás y conoce el impacto que puede llegar a tener en todo lo que lo rodea.

Hay una palabra clave en todo esto, y es la palabra cultivar. Tanto la sabiduría como la conciencia no se obtienen de la noche a la mañana. Requieren de un proceso de autodescubrimiento, subjetividad, conexión intrínseca, intimidad con el yo, desarrollo personal, de espacios de privacidad individual. Solo descubriéndonos, revelaremos el potencial que hay en nosotros. Es una excavación a lo más profundo de nuestro ser, para despertar eso que está allí, dormido, que espera pacientemente que lo encontremos y lo ayudemos a crecer. Es el primer paso, dentro de esta cosecha personal que empezamos a cultivar, para convertirnos en seres sabios y consientes.